30 de julio de 2014

Dicen.

Dicen que los escritores escriben sobre lo que no entienden. Hace tiempo que escribo sobre la vida y sé demasiado sobre la muerte, que mis rodillas ya no tiemblan cuando pasa algo malo porque se han acostumbrado a las desgracias.

Mi vida está llena de cajones entre abiertos y libros de cuando era niña en una estantería, una ventana abierta con la persiana medio bajada y los pájaros cantando fuera en el rellano, qué felices, parecen libres incluso; libres de la muerte esa que nos persigue a todos y que otros vamos buscando.


Nueva York, Manhattan, Los Ángeles, esas ciudades llenas de pisos y rascacielos; no sé si la gente lo hace porque le tiene miedo al infierno y piensa que es una manera más fácil de no llegar allí, aunque quién va a asegurarles que el cielo está a miles de kilómetros por encima de nuestras cabezas; pero hay gente que se tira desde arriba, que cae desde el ascensor hasta la planta menos tres, gente que revive de sus cenizas para volver a caer, gente que mirando a través de esta ventana solo ve vida porque a lo mejor es lo que tanto desean y que nunca antes realmente habían vivido, porque una cosa es estar vivo y otra cosa es estar viviendo, pero qué le importa a la gente la diferencia si aquí las palabras ya no tienen sentido, la realidad se tapa con una cortina llena de mentiras que nadie quiere abrir porque somos más felices así, sin saber nada, pero, el día que alguien la abra el mundo de verdad sufrirá como ella ya había sufrido.


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